See You. Again!
2009 fue un año importante para el cine. Por un lado se estrenaron coletos como el remake de Friday The 13th; 2012 del mayor enemigo del planeta, Roland Emmerich o Terminator Salvation, una bastardización de la historia conocida por todos a partir de 1984. En contraste, se estrenaron maravillas como The Hangover de Todd Phillips, District 9 de Neil Blomkamp, Where the Wild Things Are de Spike Jonze, A Serious Man de los hermanos Coen y The Hurt Locker, quizás uno de los mejores filmes sobre la guerra, dirigido por Kathryn Bigelow. Y también fue el año de Avatar de James Cameron.
Independientemente de si la trama era floja, que era más espectáculo que aspectos concretos, que las actuaciones se perdían en medio de la tecnología de captura de movimiento, o su obsesión por filmar en 3D (que no vamos a discutir por enésima vez), lo cierto es que Avatar no dejó indiferente a nadie, al punto de convertirse en el más taquillero de todos los tiempos, superándose Cameron a sí mismo en recaudación de taquilla al destronar a Titanic, y reclamando de nuevo el primer lugar que por breves instantes ocupó en 2019 Avengers: Endgame.
Pero al paso de 5 años, el film no era recordado por buena parte del público, salvo como un momento que vino y se fue; de hecho, muchos consideraron que Avatar no tenía un valor sociocultural posterior que quedara en la conciencia de la gente, como lo han sido Star Wars, el propio Terminator o cualquier obra de Quentin Tarantino. Además, por su naturaleza, no era entonces una franquicia como ha sucedido con el Marvel Cinematic Universe, que más que eso son propiedades intelectuales o IP que van más allá del mero evento cinematográfico: juguetes, atracciones en parques de diversiones, videojuegos, spinoffs que van directo a las plataformas de streaming, etc. Eventualmente Cameron anunció que el primer film sería parte de cinco producciones basadas en las aventuras de Jake Sully y la raza de los Na’vi, en el marco del planeta Pandora.
No obstante, el director se demoró 13 años para culminar la segunda película de esta franquicia en su búsqueda por perfeccionar las tecnologías de 3D, de efectos especiales y de captura de movimiento, para elevar la barra mucho más arriba de lo que logró en 2009. Y la verdad, la espera valió la pena luego de ver Avatar: The Way Of Water. Esta vez, James Cameron nos lleva 15 años después de lo que vimos en el primer film. Jake Sully es un jefe del clan Na’vi, que también es cabeza de familia junto con su esposa Neytitri, al criar a sus hijos Neteyam, Lo’ak, Tuktirey y Kiri quien es adoptada luego que su madre la Dra. Grace Augustine quedara embarazada bajo estado vegetativo en su versión avatar; además también han criado a “Spider”, un ser humano que no fue sometido a criostásis ni enviado a la Tierra por ser un bebé. En este contexto, reaparece el Coronel Quaritch clonado como un Na’vi y con recuerdos previos a su destino en la película anterior, para una misión de la empresa RDA y en el proceso, vengarse de Jake Sully.
Ante esta amenaza, Sully y su familia emigran de la selva de Omaticaya a las costas de Metkayina, al este. Allí son recibidos por Tonowari y Ronal, quienes comandan una de las muchas tribus de la zona que se dedican a la protección y unión con el mar. Lógicamente, las diferencias vienen a surgir entre los hijos de los nativos y los recién llegados, hasta que los últimos se adaptan al entorno, en especial Kiri y Lo’ak quienes entran en comunión con las criaturas del fondo marino. Esta armonía será rota al llegar Quaritch, su equipo comando y otro grupo de explotadores de los recursos marinos, dando lugar otra vez a la lucha entre los habitantes de los cielos y las tribus de Pandora.
No diremos acerca de las habilidades como director de James Cameron porque son más que obvias. En medio de la grandiosidad del evento fílmico, este realizador transmite un objetivo aun entre las balas, las armas, los efectos y los personajes; en el primer film el mensaje era el ser humano colonizador contra el ser humano salvaje, una aproximación si se quiere manequeísta en extremo. En Avatar: The Way Of Water esta moraleja se complementa con otro elemento de valor: la familia y el reconocimiento del ser diferente como núcleos para la armonía entre los seres vivos. Sin importar si el mensaje se transmite o no, lo cierto es que Cameron entrega estos valores en medio de uno de los mejores espectáculos visuales de fecha reciente; quizás los últimos referentes fueron Avengers: Endgame ya mencionado, Spider-Man: No Way Home de 2021, y Top Gun Maverick estrenado a comienzos del año.
Uno de los muchos puntos flojos que tenía Avatar y que todavía conserva está en el guión, al ser muy básico, sin elementos dramáticos poderosos que conectaran con el público. Esta secuela mantiene los problemas de su predecesora: una trama blanda, personajes sin profundidad emocional y diálogos sosos plagados de clichés. Ni siquiera el hecho de haber traído a Rick Jaffa y Amanda Silver para complementar el trabajo argumental de Cameron, ha mejorado uno de los problemas que tiene el cine de este director. Incluso en sus filmes más celebrados por la crítica, los guiones son el punto débil del producto final, y Avatar: The Way Of Water no es la excepción.
Ante esta realidad, el elemento visual es la verdadera estrella de este film. De la mano de Wētā FX (antes conocida como WETA Digital, propiedad de Peter Jackson), se demoró un año y medio en crear la tecnología para poder filmar a los actores bajo captura de movimiento en escenas bajo el agua, algo nunca logrado hasta ahora; ya forma parte de la leyenda urbana alrededor del film que Kate Winslet aguantó la respiración bajo el agua por 7 minutos. Además, los efectos especiales expanden lo alcanzado en el primer film a cotas más elevadas; del mismo modo la fotografía extiende el naturalismo de Avatar por un realismo cercano al documental, algo de lo que James Cameron es un veterano.
Pero el verdadero logro en esta oportunidad está en el avance tecnológico del 3D, una de las intenciones del director. Si el primer film el mérito estaba en crear profundidad y perspectivas en lugar de sacar las cosas fuera de la pantalla, en Avatar: The Way Of Water no solo se cumple esto, sino que las escenas, los planos secuencia y las tomas submarinas parecen esculpidas, experimentales a gran escala.
Sí, es pesado estar 3 horas y 12 minutos usando lentes 3D; sí, puede generar mareos y cansar la vista; sí, la entrada cuesta más que en 2D, pero la experiencia de profundidad de campo es como entrar a través de una ventana al mundo de Pandora; vale la pena. En la moda del 3D post Avatar lo lograron en lo visual Martin Scorsese y Wim Wenders con Hugo y Pina, respectivamente; esta vez James Cameron vuelve a marcar el rumbo.
Al igual que en Avatar, la edición busca ser lineal, enfatizando las transiciones entre escenas lo más calmado posible, para darle dinamismo en las secuencias de acción con cortes rápidos, en especial en la última hora del film donde el festín de balas y explosiones está al servicio del público. Y lo musical consta de variaciones instrumentales del tema "I See You" que creó el ya fallecido James Horner (A Beautiful Mind) para el primer film; esta vez de la mano del compositor Simon Franglen.
Aún en medio de la captura de movimiento, hay actuaciones con todo y las deficiencias del guión. Sam Worthington repite su papel de Jake Sully menos como un guerrero a tiempo completo y más como un padre de familia protector. Zoé Saldaña vuelve a su mismo registro de Neytiri: emocional, impulsiva e irónicamente menos maternal que su pareja. Sigourney Weaver logra transmitir la inocencia de una adolescente aún cuando en la realidad tiene 73 años a cuestas, lo cual demuestra el amplio rango que tiene como actriz.
Stephen Lang repite con la misma obsesión, manía y entrega su rol del Coronel Quaritch. Kate Winslet regresa al universo fílmico del director al crear su personaje de Ronal entre protectora, consciente del entorno y de su rol dentro de él, al igual que su contraparte masculina Tonowari, interpretado por el actor Cliff Curtis.
Jamie Flatters, Britain Dalton y Trinity Jo-Li Bliss representan los elementos diversos de los hijos de Jake y Neyitiri: valientes, reservados, desafiantes y unidos; del mismo modo Jack Champion como “Spider”, a pesar de su origen, está más vinculado con el sentido familiar de los Na’vi.
Entre las adiciones humanas están Edie Falco como una General a favor de los intereses de RDA, y Brendan Cowell como un mercenario que busca sacar el mayor provecho de los recursos de Pandora; ambos personajes antagonistas y unidimensionales.
Avatar: The Way Of Water viene a ser un gran espectáculo visual que no amerita hacerle segundas evaluaciones o buscarle vueltas; sólo disfrutar esta obra magna de James Cameron que no lo consagrará como un narrador, pero sí como un gran director de cine.
(★★★★☆)
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Spaceman Spiff