La Vida Sigue
Nacemos. Crecemos. Evolucionamos. Morimos. Todos estos son procesos inherentes a nuestro paso por este mundo. Pero lo que marca la diferencia entre unos y otros está en el ínterin, en cómo nos desenvolvemos a lo largo de nuestra vida, en cómo nos afecta el entorno, en cómo al no ser poderosos en lo social y cultural, terminamos siendo fuertes de carácter, de mente y espíritu.
Estas reflexiones sobre la existencia son las conclusiones naturales a las que uno llega, luego de ver la maravillosa y extraordinaria Roma de Alfonso Cuarón. Puesta como un homenaje a la nana que lo crió en su infancia en la Colonia Roma (Liboria Rodríguez, “Libo”), sin llegar al documento autobiográfico per se, Cuarón nos lleva al año que abarca entre 1970 y 1971 y lo que sucede en el cosmos de Cleo; mujer joven de extracción humilde llegada a Ciudad de México desde Yucatán para hacer las labores domésticas de crianza de una familia de clase media alta, conformada por 4 niños, esposa, padre y abuela materna, además de su propia experiencia de vida con novio incluido.
Este universo particular de Cleo se ve afectado por su origen social y cultural, pero al mismo tiempo por el entorno que la rodea (familia disfuncional bajo su cuidado con padre ausente en todos los sentidos, relación que se viene a menos, hábitat y costumbres de familiares secundarios, además del entorno agitado que se vivía en el país en ese período post Matanza de Tlatelolco, con dominación absoluta del PRI en la escena política.) Todo un marco servido para impulsar a sus personajes –sin importar la edad– a evolucionar, a avanzar, a dejar atrás lo que nos frena y soltar los amarres que nos impiden crecer.
Todo un tema complejo el planteado, que en las manos de Alfonso Cuarón se convierte en un documento pivotal de creación total, haciendo de Roma el mejor trabajo de dirección cinematográfica de la historia del cine mexica. Desde los tiempos de su era de oro en las décadas de 1940 y 1950, más concretamente las obras de Emilio “El Indio” Fernández y Luis Buñuel en su exilio mexicano e influenciado por el neorrealismo de Roberto Rossellini y Vittorio de Sica, además de guiños puntuales a Federico Fellini, Cuarón hace una labor épica al crear encuadres sencillos pero monumentales, planos-secuencia amplios e intimistas a la vez, y acciones que pueden resultar básicas para un espectador descuidado, pero que en el fondo tienen una filosofía existencial que marcan el tono del film.
Hace años que colocamos a Alfonso Cuarón en una liga aparte de directores junto a Guillermo del Toro y Alejandro González-Inárritu; hoy con Roma se inscribe en una liga de cineastas puros. No conforme con dirigir, Cuarón se dedica también a escribir el guión inspirado en sus experiencias de niño, texto que comparte con muchos elementos y personajes de sus producciones previas, y que podemos catalogar como el gran leitmotiv de su obra: el deseo de escapar de una realidad aplastante y la búsqueda de un paraíso, de un lugar mejor, de un estado de ánimo ideal.
Este elemento central de su obra lo hemos visto en los personajes de Maribel Verdú, Gael García Bernal y Diego Luna en 'Y Tu Mamá También', en los de Clive Owen y Julianne Moore en 'Children Of Men', así como en Sandra Bullock y su personaje en 'Gravity', y lo encontramos de nuevo en Roma, desde una madre queriendo empezar una nueva vida, un padre huyendo de las responsabilidades y el hastío, unos niños que viven cada día como si no hubiese mañana y luego con temor ante el futuro, y una Cleo insegura de sí misma, pero con recursos para que ella y los que la rodean salgan adelante.
Por si fuera poco, Cuarón también fotografía el film, creando el mejor trabajo de composición visual en blanco y negro del cine de los últimos 25 años, desde que Janusz Kaminski llevó a altas cotas esta estética en Schindler’s List de Steven Spielberg; además la película está filmada en magno 65 mm que quizás pueda resultar bombástico para un drama intimista, pero que al mismo tiempo da una sensación de cercanía en el espectador. Más todavía: Cuarón edita la película con un manejo del tiempo lineal único que crea en un principio relax, para luego marcar tensión dramática, hasta llegar a un momento de paz y serenidad, en una suerte de gran círculo emocional.
Y como es tradición en su filmografía, no hay banda sonora per se, sino éxitos mexicanos e internacionales de principios de los 70, junto con otro de los grandes logros de la película: el entorno sonoro que ayuda a la construcción de las situaciones y define a los personajes; aún sin ver los eventos o a los actores, podemos identificarlos. Yalitza Aparicio es una Cleo que socioculturalmente es un personaje sin posibilidad de ascenso en una sociedad muy clasista y machista, pero que en esa aparente debilidad por ser mujer e indígena, posee una entereza que traspasa el guión para convertirse en una alegoría a la superación humana; ella no es el personaje más débil, es el más fuerte de toda la obra.
Marina de Tavira construye una Sra. Sofía en evolución, al pasar de ser una dama snob por momentos, a convertirse en alguien que tiene que avanzar y renovarse en medio de un fracaso, en principio parecería un personaje insulso si se quiere, pero termina adquiriendo esa fortaleza que en el fondo posee Cleo.
Diego Cortina Autrey, Carlos Peralta, Marco Graf y Daniela Demesa forman parte del universo infantil del film, al construir sus personajes de Toño, Paco, Pepe y Sofi con la inocencia natural de su edad, pero que a lo largo de su desarrollo, terminan por crecer emocional y espiritualmente. Verónica García viene a ser la voz de la experiencia y el puente entre lo que hay que pasar página y lo que hay que construir desde cero con su personaje, la Sra. Teresa. Fernando Grediaga hace un Sr. Antonio distante tanto en el tiempo en pantalla como en la conexión emocional que debería tener un padre de familia, representa la ausencia de muchos en todas partes. Y Jorge Antonio Guerrero viene a ser con su personaje de Fermín ese símbolo del macho que entra en las vidas de muchas mujeres en cualquier parte del mundo y se van sin asumir sus deberes, sus responsabilidades; en tres palabras: sin ser hombres.
Como decimos más de una vez: “Los clásicos no se clasifican. Se disfrutan.” Así hay que ver y disfrutar Roma. Una alegoría a la superación humana. Un álbum de recuerdos de la infancia lleno de momentos felices y tristes. Y un documento y declaración de principios existenciales así como artísticos del maestro Alfonso Cuarón.
No solamente es LA MEJOR PELÍCULA DEL AÑO 2018 (así, en mayúsculas y negritas) sino una de las diez más importantes de esta década.
(★★★★★★)
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